lunes, 2 de abril de 2012

SVEIKI, KAIP SEKASI?

Llegamos a Kaunas el viernes 24 antes de las once de la noche, aunque estaba previsto que el vuelo llegara a las 23.35. No teníamos el bus del aeropuerto a Vilna hasta las 00.15, así que esperamos en el pequeño aeropuerto asombrándonos con los precios de las botellas de alcohol. Ana propuso comprar una de sangría (alrededor de 2€) pero a las 22.00 dejaban de vender alcohol, así que esperamos hasta que la furgoneta (al final resultó no ser un bus) nos recogió.

En los asientos encontramos unas bolsas destinadas a depositar el vómito en caso de náuseas que decidimos reconvertir en gorritos, fundando una nueva religión basada en no tener vergüenza a la hora de portar esta nueva prenda en la cabeza. Tras casi dos horas de viaje, llegamos a Vilna, donde el autobús nos dejó justo enfrente de la estación de tren. Desde allí estuvimos callejeando sin dar con el hostal, hasta que finalmente lo encontramos. Estaba dentro de un edificio al que se accede a través de una gran puerta que lleva a un patio en el que hay varias casas particulares. 

El Home Made House es un hostal situado en la calle Rudninku, número 13-5. Lo de 13-5 significa que en la calle tenéis que buscar el primer número, acceder al patio y llamar al número 5 de entre las distintas puertas que encontraréis en él. Sólo tiene 12 camas y está dirigido por Lina Ratkeviciute, una chica majísima. La propietaria nos recomendó al llegar (a las dos de la madrugada) dónde salir y qué hacer esa noche. 


Patio en el que se encuentra el hostal.


Fuimos a un restaurante llamado Cozy que recomendaba la Lonely Planet. Podéis ver en su página web dónde está y qué se puede encontrar allí. Sólo con ver los precios se convirtió en nuestro local favorito de Vilna. Sandwiches deliciosos, minihamburguesas y toda una variedad de platos muy bien presentados. Nos llamó la atención la falta de turistas y el hecho de que todos los allí presentes nos observaran sin disimulo como si viniéramos de Marte. Miedo.

Ana pidió un vodka con lima, Alba una caipirinha y Chrístopher y yo medio litro de cerveza cada uno (menos de dos euros cada bebida), también tomamos unos sandwiches de jamón con queso brie fundido y tomatitos asados, acompañado de ensalada. En la puerta de Cozy conocimos a un lituano moderno que nos dijo que intentaba crear un negocio con una empresa de Barcelona centrado en las piezas de repuesto de los coches, pero que los catalanes no querían hacer nada sin que él fuera a hablar en persona. Mostraba un enorme pesar.

Tras la cerveza, tomamos otra más y nos fuimos a Universiteto, una discoteca vacía en la que los camareros bebían más que los clientes. Los chicos sacaban a bailar a las chicas como en la España antigua. 

Una rubia estaba calentando a un chico de aspecto ruso bailando como si estuvieran en la cama, pero cuando él trataba de besarla ella apartaba la cara. Toda una prick-tease. Se fue tan digna al final de la noche dejando al pobre hombre excitado.


Entrada de Universiteto, justo enfrente de Cozy.


Huimos del lugar en busca de otros, pero no encontramos nada y volvimos al hostal con nuestras bolsas en la cabeza. Al día siguiente nos despertamos con mucho sol, y Lina nos recomendó pasar el día en Trakai porque la previsión meteorológica para los siguientes días era bastante negativa. Así que nos fuimos para la estación de autobuses y por 57 céntimos de euros (2 litas) ida y vuelta -con carnet de estudiante- nos plantamos en 40 minutos en el pueblo.

Trakai tiene alrededor de 5.400 habitantes y se encuentra a 28 km al oeste de Vilna. El pueblo se encuentra en el Parque Nacional Histórico de Trakai, fundado en 1991 para preservar el lugar como centro acondicionado del Estado lituano. Es el único parque nacional histórico de toda Europa. La ciudad está construida sobre el agua, rodeada de lagos con nombres como Lukos, Galves, Akmenos o Gilusio.

Fuimos a pasar el día para ver su famoso castillo, construido en ladrillo rojo sobre una isla. Sólo se puede acceder a él a través de una pasarela sobre el lago. No recuerdo el precio, pero es más barato con carnet de estudiantes, y hay que pagar unas 4 litas para poder hacer fotos. Al llegar al pueblo, hay que seguir la calle principal hasta vislumbrar el castillo a unos 2 kilómetros desde la estación de autobuses.


Los kibinai típicos de Trakai.


El pan tostado que sirven en todos los bares y restaurantes.



Allí se pueden alquilar barcas para navegar por el lago, pero en el momento de nuestra visita estaba congelado, con lo que era imposible. En la orilla del lago hay un mercadillo donde comprar recuerdos. Dentro del castillo, es posible visitar las diferentes salas convertidas ahora en museo, sus patios y observar también instrumentos de tortura.

Si no se sigue la pasarela hacia el castillo y se continúa por el camino hacia la izquierda, se llega a una zona con restaurantes. El mejor es Kibininé, un lugar en el que comer las kibinai, unas empanadillas muy parecidas a las criollas, rellenas de cordero, bacon, pollo, verduras o lo que tú decidas. También hacen una bebida hecha con pan y un zumo con especias que estaba muy rico. Recomiendo probar el pan de ajo tostado con queso fundido. 


Cabina telefónica lituana.



Interior del castillo.



Estampa romántica con castillo de fondo.


Felicidad en Trakai.


Típica foto turística.


Hereje siendo ajusticiado.


Zumos y comida típica en Trakai.


Volvimos de Trakai. Al llegar al hostal, Lina nos explicó que en Lituania no hay buenas cosechas de uva por lo que hacen el vino con frutas del bosque. Abrió una botella y lo probamos en la cocina. Luego fuimos a buscar un sitio donde cenar, lo que se convirtió en una ruta turística en busca de algún lugar abierto, (a pesar de que suelen cocinar hasta altas horas de la madrugada, no dábamos con un sitio donde comer). Acabamos en un Charlie Pizza (que se llama así por Charles Chaplin) y desde allí nos dirigimos a Play. Un bar repleto de hipsters que parecía más un local alquilado por un grupo de amigos que un club al uso. Dos sofás en una esquina, con gente tumbada, ventanas que también servían para sentarse, un futbolín y mucha gente bailando al ritmo de la electrónica del dj. Gin-tonics de medio litro por 9 litas (2'61 euros).

Desde allí llegamos a otro club cuyo nombre no recuerdo, en el que nos dejaron pasar gratis por ser extranjeros. Música muy petarda y bailes locos. Conocimos a un español llamado Patrick, de padre americano y madre española, que ha vivido en 15 países, estudiado la carrera en Nevada y acabado viviendo en Vilna como director de márketing de un hotel de cinco estrellas. Tela.

Al día siguiente despertamos tarde y fuimos a comer a un lugar llamado Fortres Barras (o algo así) donde probamos platos típicos lituanos. Chrístopher probó una sopa de champiñones que sirven dentro de un pan negro. Las camareras eran unas maleducadas y nos devolvieron el resto de la cuenta en monedas de un céntimo que les dejamos allí para que se compraran algo. También he de mencionar a la camarera del Cozy, que era bastante repelente. Parece que en los bares lituanos se trabaja a disgusto.


Chrístopher satisfecho con su sopa.


Después visitamos la catedral con nuestro nuevo amigo Patricio y subimos al castillo, donde empezó a granizar. Un café con tarta de chocolate y vuelta al hostal a descansar un poco. La comilona puso enferma a Alba que se dedicó a vomitar y no pudo cenar víctima de su gula. 

A la mañana siguiente, lunes, visitamos la Universidad de Vilna tras comer en un restaurante indio vegetariano muy rico llamado Balti Drambliai. Recomiendo pedir la tarta de manzana casera, ¡deliciosa! Volvimos a hacer fotos en la catedral y después nos dirigimos hacia el barrio de los artistas, llamado Uzupis, que se autoproclamó independiente creando incluso una Constitución con derechos como "Ser feliz", "Llorar", "Cuidar de tu gato y perro y que él cuide de ti", etc. Se supone que el alcalde de la ciudad lo cedió a condición de la rehabilitación de los edificios. Lo cierto es que está que se cae, lleno de botellas rotas, casas que se hunden, etc. No sé si es que no vimos la zona rehabilitada o es que es así todo. Desde el barrio de Uzupis subimos una colina para ver la ciudad y sacar fotos.


Uzupis.


Foto divertida con pies gigantes.


Patio en corrala-style building.


Por la noche fuimos a nuestro restaurante favorito, Cozy, para terminar con buen sabor de boca nuestra estancia en Vilna. Vino nuestro viajero amigo Patricio y nos pusimos a tono con un par de cervezas de medio litro. Desde allí nos fuimos a Piano Man, un sitio que nos recomendó la propietaria del hostal porque  "siempre está lleno de gente". Allí tomamos otra cerveza rodeados de invitados al festival de cine de la ciudad, que se celebraba esos días. También estaba allí un periodista lituano llamado Gintaras que resultó ser amigo de Zuzana, una chica también lituana que vive en Lapinkaari. Qué casualidad.

Al salir del bar, empezó a nevar y tomamos sushi por 2 euros en un kiosko de sushi 24 horas. A la mañana siguiente, nos despertamos y fuimos a comer a Cili Pica, pica es pizza. El camarero era muy gay y actuaba como si de un actor de teatro se tratara, dramatizando en cada frase que soltaba. Después de comer, cogimos un bus que nos llevó a Kaunas. Pero eso ya lo contaré en la siguiente actualización.

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Cosas más recientes: ayer llegué a España. Domingo de Ramos y el nuevo alcalde de Hellín gritando a la corporación municipal segundos antes de que sonara el himno de España: "AHORA QUE NADIE SE ATREVA A HABLAR". Como en los viejos tiempos, genial.

El miércoles me largo a la costa, espero que salga el sol y no llueva, aunque me dicen que en Tampere es invierno de nuevo y ha caído una nevada catastrófica con tres calles cortadas y más de un metro de nieve. Echo de menos a todos, pero no a la nieve.